EL PENSAMIENTO Y LA INSTITUCIÓN EDUCATIVA EN LA SOCIEDAD DOMINICANA,
A LO LARGO DE NUESTRA HISTÓRIA.
Educación
e Independencia Dominicana.
Con el grupo de José
Núñez de Cáceres quedaron planteadas las ideas del liberalismo político que
desde principios del siglo XIX era la doctrina acogida y sustentada por
sectores del elitismo criollo de América. Esas ideas liberales adquirieron
forma y originaron la Independencia dominicana de 1821; esta Independencia es
la que define jurídicamente a la zona de Santo Domingo como “Sociedad
Dominicana”.
Haití es la escuela
de las formulaciones del independentismo dominicano. De los hechos que llevan a
la Independencia haitiana deriva el destino histórico de la que fue La Española
y de la que surgieron dos Estados, siendo Haití el primero y que terminó
gobernando no como colonia, sino como parte constitutiva de una sola república.
La integración
estimuló la formación de una élite de comerciantes nativos que plantearon los
orígenes de una clase media dominicana y se formó un campesinado libre apoyado
en una economía estanciera y conuquera.
La dominación a la
larga levantó el ánimo independizador de
una minoría criolla demasiado afectada de comparación con los caracteres que ofrecía
la realidad socio-política del medio dominante. Lo más notorio se desprendía
del grupo poblacional enajenado ideológicamente, ciertamente pasivo o a gusto
para formar parte de la ciudadanía del Estado que ejercía su gobierno desde
Puerto Príncipe. De ahí se desprende cuán difícil era formar un movimiento
independizador.
Las ideas llegan por
camino de la enseñanza y esta había sido decapitada con el cierre de la
Universidad, y con el éxodo hacia el exterior de los pocos hombres ilustrados
que existían en la parte española de la isla.
El advenimiento de la
Independencia pasó los límites de lo utópico, la gestación y movilidad de la
misma fueron encausadas por una minoría del grupo de los criollos, estos
jóvenes originaron la “Revolución de los Muchachos”, como la llamaron y
estimaron los habitantes de Santo Domingo, y esos jóvenes en su mayoría
involucraron y comprometieron a sus familiares, como ocurrió con Juan Pablo
Duarte.
Del activismo
político de Duarte y de sus planes revolucionarios concebidos bajo el lema
sacrosanto de “Dios, Patria y Libertad,
Republica Dominicana”, se deriva su labor pedagógica. La misma puede
dividirse en tres momentos: a) el de La Atarazana; b) el de la Trinitaria y c)
el de la Filantrópica, con modos de operar diferenciados. El momento de la
Atarazana responde a un preparar intelectual e ideológicamente a sus jóvenes
compañeros; el de la Trinitaria obedece a una acción más concreta que arroja
desde la clandestinidad un modo de organización revolucionario o una pedagogía
política de acción, y el momento de La Filantrópica es una manera de ampliar la
acción y llegar directamente al pueblo.
Duarte impartió
docencia gratis por espacio de cuatro años a la juventud que lo rodeó, siendo
La Atarazana (donde se impartía esa docencia), el almacén de la familia de
Duarte. Quien a sus amigos los sometía a disquisiciones y reflexiones
filosóficas respecto de la libertad, la idea de patria y los deberes del
hombre.
El 16 de julio del
año 1838 se registra La Trinitaria como sociedad secreta y en la que Duarte y
sus compañeros juran libertar a la patria y formar una nación libre e
independiente de toda dominación, protectorado, intervención e influencia
extranjera. La Trinitaria refiere los más firmes principios de una pedagogía
político-revolucionaria, conlleva el uso de un alfabeto de seudónimos para los
integrantes, igualmente divisas de colores: el amarillo representaba la
política, el azul celeste la gloria, el verde la esperanza y el rojo la
significación del fuego sagrado patrio, y para dar cuenta de los que se
afiliaban usaban el nombre del color de su divisa.
La agitación fue el
medio o el recurso empleado para el momento de La Filantrópica, la cual pereció
en 1840, la misma tendía a la causa libertadora en la concurrencia, mediante
representaciones teatrales, por lo que puede estimársele como una institución
educativa de transmisión cultural colectivizadora y concientizadora.
A parte del humanismo
docente realizado por Duarte, éste formuló toda una doctrina nacionalista
expuesta en sus cartas, poesías y en los apuntes que sobre su vida y su obra
realizara su hermana Rosa Duarte, en lo que se ha llamado “Ideario de Duarte”.
A esa patria a la que se refirió su pensamiento, su acción, la definió como
“Nación Dominicana”.
El criterio independentista
de Duarte sobre el independentismo nacional fue enérgico y acusador, opinando
Duarte “El buen dominicano tiene hambre y sed de la justicia hace largo
tiempo”. En función de ello expuso sus ideas liberales, definiendo los deberes
del Estado.
Todos los criterios
que sobre nación y leyes expone Duarte, están contenidos en un proyecto de Ley
Fundamental o Constitución del Estado que redactó casi completamente. Aquí
quedan definidos los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, así como
también la importancia que asigna a la institución municipal. Se da la
definición del Estado en torno a la soberanía y en términos de nacionalidad, se
indica además que la religión predominante en el Estado deberá ser siempre la
católica, sin perjuicio de la libertad de conciencia y tolerancia de cultos.
Otro aspecto
importante del pensamiento y de las ideas patrióticas de Duarte es su actitud
frente al pueblo haitiano, al cual valoraba. Esta admiración manifestada por el
forjador nacional carecía de prejuicios raciales, contrario a Gaspar Hernández,
quien compartió con Duarte el rol formador de los patriotas independentistas y
que denostaba a los haitianos.
Gaspar Hernández fue
un sacerdote peruano nacido en el año 1798, poseedor de una sólida formación
intelectual, que a pesar de ser un obstruido realista, influyó como docente en
la causa nacional; Hernández se asoció a Duarte cuando éste llegó a Barcelona
en 1833.
Este presbítero daba
clases de filosofía, latinidad y teología dogmática, entre otras, a las cuales
asistían los patriotas que integrarían La Trinitaria, son ellos Francisco del
Rosario Sánchez, Pedro Antonio Bobea, Ramón Mellas, Félix María Ruiz, Pedro
Alejandrino Pina, José María Serra, Juan Isidro Pérez y Jacinto de la Concha, y
el propio Duarte, por esta labor y por sus prédicas, el régimen haitiano lo
obligó a abandonar el país, refugiándose en Curazao.
Su enseñanza tenía
como método la exposición y la discusión. Pensaba él, que no había arma más
fuerte contra los tiranos que las luces (la ilustración).
En la primera
República surgida en 1844 siguió actuando Gaspar Hernández como maestro de
seminario y como legislador, para entonces se había redactado la primera
Constitución.
Acción
Educativa y sus efectos hasta el año 1848.
De la primera
Constitución Política dominicana se derivan numerosas leyes de instrucción, y
en su artículo 29 dicha Constitución hace una referencia educativa, al señalar
“Será creada la instrucción pública común a todos los ciudadanos, gratuita en
todas las ramas de la enseñanza primaria, cuyos establecimientos serán
distribuidos gratuitamente en proporción combinada con la división del
territorio; la ley arreglará los pormenores, tanto de esta rama como de la
enseñanza de arte y ciencias”. A la anterior referencia sigue la promulgación
de la ley 33, que desde el 11 de mayo de
1845 crea la escuela primaria, siendo esta la primera ley de instrucción
publicada en el país, la misma fue promulgada al considerarse que el
establecimiento de escuelas públicas era necesario a la prosperidad de un
Estado. La referida ley consta de cinco capítulos, conteniendo 36 artículos,
capítulos estos que de manera sucesiva tratan sobre: Escuelas primarias,
preceptores o maestros, alumnos, autoridades encargadas de la instrucción y
sobre los sueldos de los maestros.
En cuanto a la
enseñanza, disponía la referida ley, que las escuelas se establecerían, una en
cada una de las comunes y dos en cada cabecera de provincia, contemplando la
ley, que una de las escuelas de cada cabecera de provincia pudiera convertirse
en escuela primaria superior; estableciendo un programa constituido por
principios de religión, escritura, aritmética, elementos de gramática
castellana y principios de urbanidad y decencia, para ser impartido en el nivel
primario. El método de enseñanza sería el establecido por el secretario de Instrucción
Pública, se instituía además la
celebración de dos exámenes generales por año y el otorgamiento de premios a
los niños distinguidos. Serían admitidos como alumnos, todos los hijos de
dominicanos en el país, los hijos de extranjeros serian admitidos mediante
autorización del Gobierno, estableciéndose la edad de seis años cumplidos para
que un niño pudiera ser admitido en una escuela.
Otras leyes fueron
promulgadas en el año 1845. Por decreto 45 se crea el Reglamento Para la
Dirección y Régimen de la Escuela; por decreto 48 se crea una clase de
latinidad; por iniciativa del Poder Ejecutivo, mediante ley 76, (derogada en el
año 1847), se hicieron algunas reformas
a la ley 33, y crea el Consejo General de Instrucción Pública, que se establece
en el año 1846. En ese mismo año ocurren dos hechos relacionados con la
educación: Se crea en Santo Domingo una cátedra de matemáticas y filosofía,
bajo la dirección de J. Antonio Obrejón, y segundo, es nombrado el general Ricardo Miura en el Ministerio
de Educación, hasta entonces ocupado por Tomás Bobadilla y Briones. Pensaba el
nuevo ministro que el ramo de la instrucción era uno de los más importantes
para la felicidad de la nación y que
nada era más plausible que piensa trazar a su actual generación con solidez,
los cimientos del edificio social, lo que no puede lograrse sino por medio de
la educación. Para él, dos razones impedían el desarrollo de la enseñanza
pública, una primera, el abrogamiento de decretos establecidos para adoptar el
sistema y una segunda causa se desprendía de lo anterior.
En sus memorias
refiere Ricardo Miura las escuelas establecidas en el país, que en total eran
siete y refiere algunos maestros. Estas escuelas eran : Una Escuela Superior de
Sto. Domingo, dirigida por Francisco Obregón (u Obrejón); una Escuela Primaria
en Azua, dirigida por Nicolás Ureña; una en Samaná, dirigida por L.A. Joubert;
una Escuela Primaria en Santo Domingo, dirigida por Miguel Quezada y dos Escuelas
particulares en Santo Domingo.
Para Miura, el número
que constituían estas escuelas no correspondían al desarrollo que debía
alcanzar la enseñanza, lo cual revela su alto interés en que el país fue dotado
de un sistema de educación pública suficiente y eficiente para su época.
En marzo de 1848, en
un mensaje dirigido al Congreso, el Presidente Pedro Santana consideraba como
decadente la situación de la enseñanza pública, y como Miura, veía como una de
las causas, la falta de maestros, y señalaba “Esta falta proviene mucho de la
poca dotación que les asigna la ley, porque ningún hombre puede sacrificarse a
desempeñar una escuela que le absorbe todo el tiempo, sin tener la esperanza
que aquello que gana le alcance para cubrir sus necesidades”. En este año el
Congreso dicta la ley que erige en la capital el Colegio Seminario Santo Tomás
de Aquino, con el cual no solamente se buscaba
crear un clero nacional, sino levantar la instrucción.
En lo académico,
establece la ley un programa de enseñanza donde la tradición se mezcla con las
tendencias liberales.
El Colegio-Seminario
era de constitución mixta y pública, en él podían estudiar tanto los jóvenes
con vocación sacerdotal, como los que quisieran instruirse en los diferentes
conocimientos. Estos conocimientos, establece la ley, se enseñan en lengua
castellana, a excepción de las ciencias eclesiástica que se enseñaban en latín.
Los estudios superiores de este colegio
fueron reconocidos como universitarios.
Durante el período de
doce años que se inicia con la llegada de Buenaventura Báez al poder en 1849,
los decretos que se promulgan, crean numerosos centros de instrucción,
incluyendo los de educación superior y el de educación agrícola.
Dos decretos
importantes figuran durante el gobierno de Báez, por el decreto número 271, de
mayo de 1852, se añaden algunas innovaciones en materia de instrucción, estas
innovaciones tiene que ver con horarios
de enseñanza, libertad para la creación de escuelas privadas y la
responsabilidad por parte de la Comisión de Instrucción de fijar los programas
de estudios y designar los autores y textos que deben ser usados. El mismo
decreto restablece la enseñanza superior. Estableciéndose en el artículo 10 de la ley, que los estudios
en esos establecimientos superiores y el seminario serán suficientes para
obtener grados en la universidad, luego que las circunstancia permitan su
restablecimiento.
El decreto 282, del
20 de octubre de 1852, es el segundo, el mismo tiende a fortalecer el
desarrollo de la instrucción pública; establece dos colegios nacionales, uno en
la capital de la República y otro en Santiago. El creado en la ciudad capital
fue denominado “San Buenaventura”.
Para el efectivo funcionamiento de ese centro de estudios, el ministerio de
Instrucción Pública emitió el 31 de octubre de 1853 una resolución que entre
otras cosas disponía que el estudiante al ingresar debía pagar matricula de
acuerdo a su condición económica, debía tener 15 años para estudiar idiomas y
literatura, 16 para estudiar filosofía y 18 para estudiar ciencias políticas o
médicas. Este colegio era de enseñanza media y superior, el cual tuvo que
cerrar a los tres años, por falta de erario y ante el peligro de una nueva
invasión haitiana.
En el año 1853 en que toma nuevamente Pedro Santana el poder
(durando hasta 1856), se modifica por decreto la organización de los colegios
fundados en la capital y en Santiago. En este período se nombra una Comisión Central
de Instrucción Pública (1854), también en este año se decreta una nueva
Constitución; en junio de 1855 se promulga una nueva ley sobre Instrucción
Pública, la cual amplía y refunde algunas de las disposiciones establecidas en
los doce años de vida republicana. Esta ley suprime las clases en el Colegio
San Buenaventura, a excepción de la de latinidad, esto significa que los dos caudillos
de la época actuaban en el poder anulándose lo establecido por cada uno de ellos, es decir, uno anulaba
lo creado por el otro.
En 1856 renuncia a la
presidencia Pedro Santana, le sustituye el general De Regla Mota, hasta que
nuevamente vuelve al poder Buenaventura Báez, estableciendo en esta ocasión la Escuela Agrícola de San Gerónimo,
promovida por el religioso francés Francisco Carboneau, siendo esta la primera escuela agrícola establecida en el país.
Finalizada la década
del 1850 retorna al poder Pedro Santana, al derrocar a Báez. Para esta época
aparece la Sociedad “Amantes de las Letras”, la cual creó las dos primeras
revistas hebdomadarias, El Oasis y Flores de Ozama Bueno.
Para este año,
algunas voces como las de Apolinar de Castro y el Ministro de Justicia e
Instrucción Pública, Francisco Fauleau
abogaron por el restablecimiento de la Universidad de Santo Domingo, cerrada en
1823 por los invasores haitianos.
Fauleau da referencia
de las escuelas existentes para la época, señalando las cinco escuelas
nacionales creadas en 1855 en las capitales de provincias, refiere que en la
capital hay una de esas escuelas del Estado y tres privadas, que han sido abiertos
establecimientos nuevos en Cotuí, San Francisco de Macorís y Bayaguana.
Son importantes las
sugerencias que este ministro de Enseñanza pública hace en su memoria,
abordando lo relativo a las escuelas municipales, las escuelas parroquiales y
los colegios nacionales. Respecto a las escuelas municipales señala que en todo
el territorio de la República no había una escuela fundada por los ayuntamientos
–las que hay- dice, se deben al celo del Poder Ejecutivo y al patriotismo de
algunos ciudadanos. En cuanto a las escuelas parroquiales decía Fauleau que
importaba que se planteara, diciendo además que el sacerdote por sus muchas
cualidades estaba llamado a ejercer la influencia civilizadora que con
dificultad alcanza a ejercer el hombre seglar.
Al abordar el asunto
de los colegios nacionales decía que estas instituciones debían ser favorecidas
por el Gobierno y que debe el Gobierno dotar al país con un Colegio Nacional,
viendo en este los fundamentos para levantar la institución universitaria,
sobre la que presentó más tarde un proyecto de ley, siendo ese proyecto la base
de la ley del 16 de junio de 1859,
mediante la cual el Presidente Pedro Santana restablece la antigua Universidad
de Santo Domingo, la cual reinició
sus labores en el año 1860.
La institución
aprobada debía funcionar con cuatro facultades: Filosofía, Jurisprudencia,
Ciencias Médicas y Sagradas Letras.
Maestros
y Escuelas particulares en la Primera República.
En la precaria
situación de la Primera República y frente a la inutilidad organizativa de la
educación pública, abundaron transitoriamente las escuelas particulares y
quedaron los nombres de algunos maestros. Estas escuelas siguieron siendo
hogareñas o fueron vecinales, o dependieron de la presencia de extranjeros
instruidos, como fue el caso del venezolano J.M. Carabaño, quien fundó la
Academia de Santo Domingo; el puertorriqueño Aguilar, y a mediados de siglo llegó
el maestros francés Charles Pierre, quien fundó una escuela de varones, que
impartía docencia solamente en idioma francés. Por otra parte, el también francés
Charles Malespín impartía clase a domicilio.
Otros como Duarte y
Elías Rodríguez se hicieron docentes o abrieron alguna escuela en la República.
Don Manuel Aybar,
fundador de la escuela Elementalísima, era el decano del magisterio nacional;
al mismo tiempo Lorenzo Santamaría y Silvano Pujol establecieron planteles
escolares. También se encuentran fundadores de escuelas primarias, entre estos
Félix Mota y algunas mujeres como Teresa Valencia, Ana Díaz y Altagracia Quero.
Todas esas escuelas
eran mixtas, es decir, para ambos sexos y solamente aparecieron en la ciudad
capital y en algunas cabeceras de provincias.
La única escuela para
niñas de la que se tiene referencia más clara es la de Manuela Calera, amparada
por ley en el año 1859.
En general, la
educación que se desarrolló para niños y adolescentes durante este período se
apoyó en un método de enseñanza empírica, muy elemental. El maestro era
sumamente riguroso en el éxito de su tarea, en este sentido, la disciplina era
excesiva y sus instrumentos eran la palmeta y la correa, al predominar el
criterio de que “La letra con sangre entra”.
Finalizado este
período aparece el presbítero Fernando Arturo de Meriño Ramírez como rector ex oficio del Seminario, cuando contaba 26
años de edad y tres de sacerdocio, con él laboraban dos jóvenes intelectuales,
Benito Peña y Emiliano Tejera.
Durante el rectorado
de Meriño se producen dos características desde el punto de vista de la
enseñanza: el cambio de régimen disciplinario y la orientación del patriotismo.
En ese sentido, los castigos corporales desaparecieron para dar paso a simples
correcciones de índole moral, uniéndose a esto la educación cívica; mientras
que, el patriotismo entró, como elemento de salud y de vida en los estudios
históricos, filosóficos y literales.
Un hombre clave en el
desenvolvimiento del seminario fue Elías Rodríguez, uno de los pocos
intelectuales y sacerdotes que se quedó en Sano Domingo cuando se produjo la
dominación haitiana, siendo relegado a una vida oscura y rodeado de intolerables
limitaciones.
En el Seminario
también actuó el presbítero Gaspar Hernández, quien llegó a ser legislador y a
presidir las cámaras, en cuya función se preocupó del establecimiento de la
contribución del diezmo y por el establecimiento positivo de la instrucción
pública. Estuvo en el país hasta 1857.
En el grupo de los
maestros civiles dominicanos que encabeza Duarte, puede citarse a: Félix María
del Monte, escribió el primer himno dominicana o de guerra contra Haití, fue
fundador junto con José María Serra, Manuel María Valencia, Pedro A. Bobea, del
primer periódico de la República, “El
Dominicana”, aparecido en el año 1845. Este insigne hombre fue numerosas
veces Secretario de Justicia e Instrucción Pública y Relaciones Exteriores.
Partidario como fue
de Buenaventura Báez, mostró ciertas ideas anexionistas, especialmente pro-estadounidenses,
pero esto no le restó méritos, sino que simplemente mostró al fiel seguidor político
o a un militante que titubea frente a numerosas alternativas de dependencia o
penetración y que llega a perder la fe frente a las calamidades nacionales.
La
Restauración dominicana y su alcance educativo (1865-1874).
Movido por los
constantes avatares por los que pasaba la sociedad dominicana de la post
independencia nacional, el prócer y maestro Don Félix María del Monte expresó
que “Este país tiene una desgracia
especial, una providencia especial y siempre sucede lo imprevisto”,
expresión esta que retrata la sociedad dominicana de la Primera República, en
un Estado independiente que surge en medio de una pobreza material e
ideológica, lo cual imposibilitó la enseñanza.-
Cuando se proclamó la
independencia y con ella la sociedad dominicana entró en definición política,
la primera fórmula de gobierno la constituyó una Junta Central Gubernativa
Provisional.
Durante la Primera
República se produjeron once gobiernos, pero toda la conducción política del
gobierno estuvo monopolizada por Pedro Santa y Buenaventura Báez, los dos
caudillos dominicanos de la época.
El hombre de la
Primera República –salvo excepciones de algunos miembros de la minoría liberal-
fue un dominicano confuso e incapacitado y los hombres cultos, con ideales
revolucionario, fueron arrojados del país, y con su ausencia se minimizaron las
posibilidades socio-culturales en términos de ideas políticas, de enseñanzas y
de escuelas.
Testimonio del
desarrollo que no alcanzó la enseñanza en la Primera República lo manifiesta
Pedro Santana, en memorias presentadas en 1847, acerca de sus actos
gubernativos, donde se lamenta del triste estado de la enseñanza nacional, y al
efecto señalaba que solamente existían cinco de los 27 ó 30 centros educativos
que debían funcionar en el país; agregando en síntesis, que no había con quienes
llevar la enseñanza, pues sólo un maestro (preceptor) había permanecido (en Santo
Domingo), un año a la cabeza de la escuela, esto así en razón que a medida que
aumentaba el peso del trabajo y sus salarios no les eran suficientes,
abandonaban las escuelas. Si esta situación denota la escasez de maestros,
también pone de manifiesto la carencia de dinero para retribuir los servicios.
Las luchas de
facciones afectaron los programas educativos o las fundaciones escolares, pues
los establecimientos de enseñanza creados por un gobierno eran clausurados por
su contrincante político cuando llegaba al poder, tal es el caso del Colegio
Nacional de San Buenaventura, establecido por el gobierno de Báez y clausurado
cuando Santana asumió el poder.
El poco desarrollo
que alcanzó la enseñanza de 1844 a 1861, y las instituciones que perduraron
durante este período, entraron en crisis cuando se produjo la anexión a España.
Durante la anexión,
la institución educativa más visible fue el Colegio-Seminario,
que por cédula real del 20 de abril de 1862 fue denominado De la Purísima Concepción y de Santo Tomás de Aquino, además de
este, abrió sus puertas en abril de 1863, en Santo Domingo el Colegio Vizcaíno, dirigido por el español
Antonio de Maíz Ibarzabal.
Con el predominio
español, la enseñanza en Santo Domingo,
limitada a la formación sacerdotal estuvo en manos de religiosos españoles, a
excepción de Pedro A Bobea y B. Pichardo, quienes quedaron como profesores de
latín.
La guerra de la
Restauración fue la respuesta dominicana al acto de anexión y del predominio
español en Santo Domingo, por lo cual España abandonó el país el día 11 de
julio del año 1865. Esta guerra tuvo una naturaleza y un contenido
esencialmente populares.
La sociedad,
recobrada su independencia y acrecentado el grado de la nacionalidad o
dominicanidad en un plano más emocional que ideológico, tendió hacia la
organización de sus instituciones administrativas y hacia el desarrollo de sus
manifestaciones espirituales y culturales, aflorando lo cultural.
Restablecida la
República en el año 1865, la Asamblea Nacional inició sus sesiones, y para
favorecer la instrucción autoriza a todas las comunes a crear escuelas
primarias y al presbítero Francisco Xavier Billini a usar el local del ex
convento de Regina para el establecimiento de una escuela central; una tercera
resolución establece el Colegio Seminario Santo Tomás de Aquino, bajo la
dirección de Fernando Arturo de Meriño Ramírez y un último decreto crea el
reglamento 983, sobre Educación Pública, el cual consta de catorce capítulos y
viene a ser un órgano educativo juiciosamente elaborado.
El referido
Reglamento está concebido de la siguiente manera: a) en el capítulo I dispone
que la educación pública en el territorio nacional será libre y gratuita y que
todo individuo hábil y de buenas costumbres podía abril establecimientos de
enseñanzas (con la debida autorización); b) el capítulo II establece la Junta
Directiva de Estudios, constituida por el Ministro de Justicia e Instrucción
Pública, quien la preside, asistido por vocales, que son el Prelado
eclesiástico, el Presidente y el Ministro Fiscal de la Suprema Corte de Justicia
y el Presidente del Ayuntamiento de la capital; c) dispone el capítulo III que
la Junta Directiva de estudios se complementaría con Juntas Provinciales, que
funcionarían en cada una de las capitales de las provincias de Santo Domingo,
Santiago, Azua, Concepción de la Vega y Santa Cruz del Seybo, compuestas estas
por el Gobernador de la provincia, quien la presidirá, el cura párroco, el
Alcalde Constitucional y dos regidores del ayuntamiento; esta Junta, entre
otras cosas deberá hacer propuestas a la Junta Directiva de Estudios, los
medios de extender y mejorar la educación en su demarcación, promover el
establecimiento de escuelas en la jurisdicción…: siguiendo el orden
descendente; d) en el capítulo IV se instituyen las Comisiones Locales, para
todas las comunes no cabeceras de provincias, estas las formarían el presidente
del Ayuntamiento. (donde hubiere), el Alcalde Constitucional, el Cura párroco y
el síndico. En las comunes donde no hubiere ayuntamiento, presidiría la Junta,
el alcalde constitucional. Estas comisiones locales dependerían de las Juntas
provinciales, siendo sus atribuciones: 1) visitar las escuelas tan a menudo
como les fuera posible, para informarse del estado de ellas; 2) cuidar que los
maestros cumplan con sus obligaciones; 3) acatar las disposiciones de las
Juntas Provinciales, en lo concerniente a la enseñanza pública en sus
respectivas comunes e informar de la situación constatada; 4) informar a las
Juntas Provinciales de los adelantos o faltas que notaren en los centros de la
común; 5) cuidar que los fondos
dedicados a la enseñanza no se distraigan de su objeto, debiendo en tal
caso, dar informe a la Junta Provincial para los fines de lugar; 6) aconsejar a
los padres descuidados, que cumplan con el sagrado deber de educar a sus hijos;
7) hacer que todos los años, a fines de diciembre haya exámenes públicos, los
que deberían pedir para información y dar cuenta circunstanciada de ellos a la
Junta Provincial respectiva. Cada una de estas comisiones, las locales,
provinciales y la directiva, debían reunirse de manera obligatoria todos los meses, y cuantas veces
fuere necesario en otras ocasiones; e) el establecimiento de los centros de
enseñanza pública se trata en el capítulo V, incluye un Instituto Profesional
en la capital de la República, institutos superiores en las capitales de
provincias, donde lo permitan las circunstancias y escuelas de enseñanza
primaria en todas las comunes. Los gastos de los institutos profesionales y las
escuelas superiores, los soportarán las rentas del Estado y los de las escuelas
primarias los cubrirían los
ayuntamientos, si un ayuntamiento justificara que no podía cubrir esos gastos,
el Gobierno le adelantaría en calidad de reintegro las cantidades necesarias
para llenar este deber; f) el capítulo VI define los requisitos de los
directores, profesores, maestros y ayudantes. Para ser nombrado director,
profesor o maestro de una escuela pública, así como para abrir una escuela o
colegio particular, se necesitaba: 1) ser mayor de 21 años; 2) haber obtenido el
competente título, previo examen ante una junta provincial o la Junta
Directiva; 3) presentar certificación de buena conducta, expedida por la junta
provincial o por la comisión local de su domicilio. No podrían obtener estos
nombramientos, los condenados a pena aflictiva o infamante, ni los que
estuviesen siendo procesados criminalmente. Para ser nombrado ayudante de una
escuela se necesitaban los mismos requisitos, a excepción de la edad, que era
de 18 años cumplidos.
Eran deberes del
Rector del Instituto Profesional, como de los Directores de Escuelas
Superiores: 1) contribuir con la Junta Directiva a distribuir los cursos; 2)
vigilar a los profesores, maestros y ayudantes, a fin de que cumplieran con sus
deberes; 3) velar por el orden interior de los establecimientos; 4) dar las
clases que les correspondieran; 5) inspeccionar las demás clases diariamente;
6) examinar los discípulos y cursantes cada mes, para cerciorarse de si los
profesores y maestros cumplían con sus obligaciones; 7) reglamentar lo que crean
conveniente para el orden interior del establecimiento; 8) proponer a la Junta
Directiva, todas las mejoras que estimaran convenientes introducir.
En cuanto a los
maestros, subalternos y ayudantes, los deberes eran: 1) obedecer estrictamente
las ordenes que les comunicaran vía director del establecimiento; 2) desempeñar
las clases que se les señalaran; 3) velar por el orden de las clases que
estuvieran a su cuidado; 4) dar diariamente dos lecciones a cada una de las
clases que se les confieran; 5) responder al director de las faltas que
cometieran los discípulos que estuvieran bajo sus órdenes; 6) proponer al
director las mejoras que la experiencia les indique. Las tareas de Directores y
maestros se completan en el capítulo VII, que trata del método de enseñanza,
prohibiendo la enseñanza individual en las escuelas públicas y poniendo a cargo
de los directores implementar la enseñanza simultánea. Se permitiría a un mismo
discípulo estudiar simultáneamente en diferentes clases; el capítulo VIII trata
lo referente a los requisitos para que un joven pudiese ingresar al Instituto
Profesional, tales como: 1) tener 14 años cumplidos; 2) haber dado los cursos
correspondientes en la escuela superior; 3) haber sido declarado apto para
entrar en estudios profesionales, en un examen pleno; 4) estar inscrito en la
matricula correspondiente. Se establecía además que para entrar en una de las
escuelas superiores se necesitaba: a) tener 10 años cumplidos; b) saber leer y
escribir correctamente; c) saber con perfección las cuatro primeras reglas de
la aritmética (sumar, restar, multiplicar y dividir); d) estar inscrito en la
matricula correspondiente, y para ingresar a la escuela primaria sería
necesario tener cinco años cumplidos a juicio de la Comisión y haberse inscrito
en la matricula correspondiente.
A los
establecimientos públicos podían ingresar todos los que habitaran el territorio
dominicano, pero se daría preferencia a los niños verdaderamente pobres, a los
huérfanos y a los hijos de los que hubiesen prestado servicios a la patria, y
finalmente, se prohibía el cobro en las escuelas públicas. El capítulo IX
aborda lo relativo a las matriculas, el capítulo X se refiere a las
obligaciones que debían asumirse respecto de los establecimientos de enseñanza
pública; el capítulo XI trata de los exámenes, especificando que habría dos
tipos de exámenes, los parciales y los generales; el capítulo XII trata sobre
castigos y correcciones. Señala el Reglamento que solamente podrán imponerse
como corrección en los establecimientos de enseñanza pública: 1) el ayuno
moderado; 2) la prisión en la escuela, sin que se hiciera extensiva a la noche;
3) el recargo de las lecciones diarias; 4) el retiro de los certificados de
aplicación y buena conducta que se libran a los discípulos; 5) la eliminación
(expulsión) por inconducta, vagabundería o relajación de algún vicio. Se
expresa claramente la prohibición a los maestros para castigar a los alumnos
que tengan a su cargo, por recomendación de sus padres o por faltas cometidas
fuera del establecimiento escolar.
Los dos capítulos
finales (XIII y XIV) del Reglamento trazan disposiciones generales y finales.
La
Restauración de la Organización Educativa de 1866.
Con el anterior
reglamento, unido al esfuerzo de algunos hombres para rehabilitar la restaurada
nación, se produjeron algunos resultados, entre ellos se destacaron los centros
fundados por los hermanos Billini, los colegios San Luís Gonzaga y El Dominicano,
el primero fue obra de Francisco Xavier Billini.
El sistema de
enseñanza del Colegio San Luís Gonzaga era clásico-tradicional y tendió tanto
al cultivo de la inteligencia como a la voluntad del educando. Sus enseñanzas
fueron reconocidas como válidas para la carrera eclesiástica por Monseñor Rocco
Cochia, por decreto del Poder ejecutivo se le autorizaba expedir título de
bachiller a los jóvenes que seguían estudiando en ciencias y filosofía.
Contó este centro con
“El Amigo de los Niños”, primer periódico
de propaganda educacional dirigido al elemento infantil nacido en el país.
María Nicolasa
Billini, hermana del padre Billini, fundó en 1867 El Dominicano, un colegio
para niñas, que fue un establecimiento de enseñanza primaria, pero tuvo en sus
programas asignaturas de secundaria, y fue su profesor más destacado Emiliano
Tejera.
También apareció el
Instituto Profesional, obra de José Gabriel García y Emiliano Tejera,
impartiéndose allí cátedras de: Derecho Romano y Derecho Penal, a cargo de Félix
María del Monte; Derecho Civil y Derecho Comercial, por Alejandro Angulo
Gurídi. Hubo también cátedra de medicina a cargo de Basilio Ñinguez, médico
español, con esta cátedra también se relaciona el médico venezolano Manuel
Durán y el puertorriqueño Ramón Emeterio Betances.
Para la fecha en
referencia era Ministro de Justicia e Instrucción Pública y encargado de
Relaciones exteriores, Pedro Francisco Bonó, quien ese año bosquejó la
situación de la educación nacional, señalando: “En el país sólo hay un
establecimiento de enseñanza superior gratuito, el Seminario, los demás son
escuelas primarias, que hay 42 comunes y sólo nueve o quizás catorce con
escuelas públicas, y en ellas 481 alumnos (…) un número de 600 niños en
escuelas particulares (…), creo sin temor a equivocarme, que se ha dado siempre
y se sigue dando aún instrucción gratuita a un niño por cada dos mil habitantes
en la provincia del interior”.
Según Bonó, la
población que sabía leer se distribuía como sigue: 1. Los hombre que por su
edad habían aprendido a leer antes de la independencia; 2. Los extranjeros; 3.
Los hijos de la ciudad de Santo Domingo y residentes en esa comunidad; 4. Los
jóvenes que han aprendido en Europa u otro lugar del extranjero y 5. Los hijos
de los naturales, a quienes sus padres enseñaron.
José
Ramón Aguiar escribió el Compendio de
Mitología, que es la primera obra
didáctica escrita por un dominicano.
Realismo
visionario de Bonó.
Pedro Francisco Bonó
(1828-1906), es uno de los dominicanos de pensamiento más fecundo.
Su conocimiento, su
visión y sus ideales fueron producto de su formación, también de su actuación
pública en la época en que le correspondió vivir y de su conciencia de hombre
de pueblo.
Como senador presentó
una moción en la que apuntaba los males que agobian a la República, uno de
estos malos era el ejército permanente. Argumentó “Este ejército no deja al
hombre trabajar, le roba su tiempo y no le da compensaciones, hace de una
porción de hombres, tal vez la más apta al trabajo por su edad y condiciones,
una porción de seres empobrecidos, hambrientos; los hace holgazanes, por la
falta de continuidad en el trabajo, los hace descuidados y los hace ignorantes
porque no pueden hacer aplicación de una experiencia”; planteando como solución
a este problema, la creación de una Guardia Cívica, en la cual entrarían
propietarios, hombres casados y padres de familia.
Otro de los males
señalados por Bonó fue la falta de equilibrio entre las rentas y las
erogaciones de la nación, señalando que eso se daba por “No haber comprendido
las verdaderas bases en que reposa el progreso del país”.
En materia de
enseñanza creía Bonó que era indispensable poner empeño en conocer con
exactitud el estado de su desarrollo. Este criterio lo sustentó y lo llevó a la
práctica cuando fue Ministro de Justicia e Instrucción en el año 1867,
sirviéndole el mismo para bosquejar la enseñanza y recomendarle al gobierno que
debía repartir los beneficios según la riqueza y justa aspiración de cada
localidad.
Consideró Bonó que la
precaria situación de la enseñanza de su tiempo se debía a las discordias y que
sin paz interior era imposible salir de la ignorancia. Decía que el Estado ante
todo está obligado a enseñar a leer, escribir, contar y la doctrina cristiana a
toda la nación, y además se quejaba de la instrucción de las niñas, de lo poco
que habían mejorado.
Bonó fue el
dominicano con mayor fe en la virtualidad de la sana y bien inspirada prédica para
reformar el agregado social.
El
ideario civil de Ulises Francisco Espaillat.
Contemporáneo de
Bonó, Espaillat (1823-1878), se señaló como un preocupado por el progreso de la
colectividad. Todo su pensamiento se apoya en la creencia de que la libertad y
la justicia bien administradas acaban con las revoluciones, y que la honradez del
gobierno salva la patria de la ruina. Para él “Las necesidades más imperiosas y
la ambición primordial del pueblo dominicano eran la libertad política, una
maquinaria judicial incorruptible y eficiente y la educación popular”. Decía
Espaillat que la sociedad no es virtuosa y es necesario ser prudente y aceparla
como ella existe. En cuanto al trabajo decía que debía ser glorificado por
nosotros, pues consideraba que el desvío del trabajo conduce inevitablemente a
la corrupción. “El trabajo es virtud, fuente y origen de todos los demás”
agregaba. Apoya el trabajo en la agricultura, para él, es la más noble y la que
más eficazmente proporciona esa independencia de posición. Respecto a la
educación seguía diciendo que la instrucción pública debidamente organizada
cuesta mucho, y el país está pobre porque ni trabajan todos, ni el trabajo
tiene para ser productivo, las condiciones precisas que debe tener; agrega que
en las tres aspiraciones que salvan fácilmente una sociedad, es noble
aspiración la sed de enseñanza.
El ideal educativo lo
encamina Espaillat hacia cuatro direcciones: lo popular, lo político, la mujer
y lo docente.
Respecto a los
maestros dice que “El maestro es el principal mueble de la escuela”, para
propagar la instrucción pública debemos crear escuelas normales. Sigue diciendo
que hay que educar a las mujeres, pues bien educada la mujer, la familia
andaría mejor, y bien gobernadas las familias, la administración del Estado
sería la cosa más sencilla del mundo.
En lo que respecta a
la política dice que “Un pueblo no se educa políticamente en un día, ni en un
año, sino a los grupos que trabajan en pos de ella de una manera sorda y
misteriosa”.-
Peña
y Reynoso y la Educación para el trabajo.
Manuel de Jesús Peña
y Reynoso (1834-1915), relacionado en los ideales cívicos con Espaillat, es uno
de los hombres más activos del siglo XIX, periodista, literato, político, pero
sobre todo, un gran maestro que se destacó como difundidor de cultura. En tiempo del racionalismo docente, no siguió
la doctrina hostosiana de la enseñanza, sus principales ideas pedagógicas las
expone como fundador, director y redactor del periódico “El Dominicana”.
En la concepción de
este maestro, educación responde a una acción para la paz y el trabajo, y esta
acción debe estar encaminada al hombre adulto par servicio de la juventud, a la
cual se le debe dar ejemplo de trabajo y de paz. Define el acto de educar como
un “llevar hacia arriba”, un elevar para el desarrollo, de manera que se
dedique la exaltación a lo infinito en alas
de la ciencia. Si educar no fuera esto, no seríamos educables los
adultos.
Para la educación de
adultos Peña y Reynoso propone la creación de bibliotecas públicas, círculos
literarios, y como proyección de ambas, las escuelas dominicales.
Abordó también el
tema de los partidos políticos y el de las igualdades sociales, diciendo
respecto a los partidos políticos que estos son necesarios, su existencia es
positiva, necesaria y conveniente. “Todas las oposiciones son idénticas” y si
los hombres difieren, ocurre tanto en lo intelectual como en lo físico; asevera
que ningún partido político puede subsistir sin principios de salud pública,
para mejorar las condiciones del pueblo. El partido opuesto es un excelente fiscal,
ya que delata ante el pueblo lo más recóndito de su contrario. El partido que
abraza falsas doctrinas desaparece, los que proclaman principios justos e
ideales de progreso viven legalmente y sirven a los intereses de la patria.
Nunca está una sociedad en peor estado que cuando no tiene más que un partido
político, ya que el poder no tiene freno. Los pueblos son infelices cuando los
funcionarios son jefes de partidos. En lo político, la crítica es efectiva,
ella no sólo se ciñe a publicar defectos sino también bellezas; publicando defectos
se desarma el descontento del pueblo; publicando bellezas administrativas, se
da fuerza moral y fecundidad al gobierno.
Sobre la igualdad
social señala que ésta hace de la República el gobierno más conforme a la
naturaleza humana.
Meriño
y el dogma cristiano de la enseñanza.
Fernando Arturo de
Meriño Ramírez (1833-1906), fue uno de los hombres más relevantes en el
activismo nacional del siglo XIX, político, religioso y hombre de enseñanza.
Fue un expositor dotado de condiciones extraordinarias para la función
didáctica. Las ideas básicas del ilustre sacerdote que fue Meriño, llenas de un
criterio exclusivista y dogmático se encuentran recogidas en las “Cartas
Pastorales” y en algunos de sus discursos. La Pastorales son elementos de
pedagogía por las citas científicas y por el contenido de erudición que aportan
a la cultura dominicana.
Señala Meriño que la
sociedad es el estado natural del hombre, porque Dios no le destinó a vivir
solitario, aislado, sin expansión, sin dar ni recibir. La sociedad comienza en
la familia y fecundada por el amor se desarrolla y propaga. Por una ley de su
naturaleza, el hombre prefiere las convenciones que le ofrecen las relaciones
cercanas a su centro de movilidad y establece comunicación con los individuos
que respiran su mismo aire y su mismo sol, esto da origen a la comunidad, o
sea, a la sociedad. Si suprimimos el orden a la sociedad, tendremos la
anarquía; si le quitamos la libertad la sociedad subsiste, pero se hace
inmóvil, libertad y orden se afianzan en el principio de autoridad. La
autoridad es base del bien público, en donde ella falta se entroniza la anarquía.
Refiriéndose al
hombre y reflexionando sobre sus acciones humanas señala: En el individuo
racional no puede darse acciones indiferentes.
Cuando habla de la
moral dice que es ciencia de los deberes, los deberes son para con Dios, para
con los demás, y para consigo mismo. Cuando a moral no puede dar dignidad
personal, ni nobleza, ni respeto en la familia ni en la sociedad, no se puede
hacer valer la autoridad. La moral es la base inalterable del bien público y
sin ella la prosperidad de la nación es una quimera.
En cuanto a la
educación y enseñanza dice “Está basada en el pensamiento cristiano dirigido al
apostolado sacerdotal. En ese concepto la religión es un elemento esencial para
toda tarea de instrucción; cuando las sociedades no se elevan por la educación
y moral religiosa, no hay modo de levantar y ennoblecer la personalidad humana.
Considera Meriño que
la instrucción pública facilita los elementos reglamentadores y organizadores
de las naciones, instrucción es entonces aquella que tiene como base el
conocimiento de los principios o axiomas legítimos de la ciencia genuina. Con
este concepto se opone a toda instrucción enciclopédica, superficial y vana,
pero no se opone a la enseñanza que emplee el método racional.
Al referirse a la
enseñanza de la religión, recomienda que la misma debe ser asumida con amor
paternal para con la infancia, a la cual se le debe inculcar los saludables
principios de la moral cristiana. Recomienda a la docencia sacerdotal el método
más sencillo y claro para que los niños comprendan sin mayor dificultad. La
educación debe ser el objetivo de la enseñanza religiosa que cultiva,
desenvuelve y fortifica las facultades humanas para hacer que el hombre conozca
sus deberes y conociéndolos los ame.
La
actividad filantrópica de Billini.
Más que pensador
pedagógico, Francisco Xavier Billini fue un maestro de práctica, de acción y de
iniciativas. Para serlo le sirvió su formación sacerdotal y el concepto de
servidor cristiano que se asoció a sus tareas de caridad pública. Considerado Billini
en esta doble dimensión, es el sacerdote nativo que más ha trascendido en su
sociedad, donde fundó numerosas instituciones, siendo la primera el Colegio San
Luís Gonzaga; en 1869 fundó una casa de beneficencia para acoger a desvalidos y
menesterosos, estableció un manicomio y un orfanato, también la Sociedad Amigo
de los Pobres, así como varios periódicos.
Su filantropísmo son
solo abrazó al afligido o enfermo, sino que también acogió al perseguido
político. Como maestro fue un iniciador notable, pero su tarea educativa es
sobrepasada pr su humanitarismo. Fue un precursor de la asistencia social en la
República Dominicana, fue también un dogmático como sacerdote que era.
Billini fue de
opinión que los hostosianos no tenían la libertad de profesar públicamente el
ateísmo que apreció descubrir en la nueva corriente de pensamiento, pero sus
críticas cambiaron, puesto que posteriormente retiró sus acusaciones e
introdujo en su colegio un programa con puntos de la nueva enseñanza.
Hostos
y la apertura de la Educación Dominicana.
Eugenio
María de Hostos (1839-1903), llega a la República Dominicana en el año
1875. En Puerto Plata estableció relaciones con el General Gregorio Luperón; en
1876 emprende la tarea educativa y funda la sociedad-escuela “La Educadora” que
representó la oposición al antiliberalismo. La Educadora fue a primera escuela
dominicana de carácter esencialmente doctrinario.
Hostos, Luperón, Fernández
de Arcila, Garcia Copley fueron los profesores, y es a partir de esta
institución que Hostos desarrolló su amplia labor dominicana de maestro y
pensador revolucionario. Su pensamiento se acogía a la corriente racionalista
del positivismo, que más que una doctrina filosófica, era un método que
estimaba la experiencia como único criterio de la verdad, cualquiera que fuera
el objeto de la búsqueda.
Es Hostos un apóstol
del ideal intelectual, su originalidad reside en la aplicación de la conciencia
positivista a la educación.
El alcance social de
la obra educadora de Hostos se inspiró en el alto sentimiento que fue el eje de
su vida, la aspiración patriótica, extendida desde la patria obtenida a la
pensada, desde los hermanos en la patria a los hermanos en la humanidad.
Hostos funda su
pensamiento pedagógico en un sistema de enseñanza racional que tiene por objeto
la adquisición de conocimientos científicos. Sus principios parten del hecho de
que a cada cambio en la sociedad
corresponde un cambio en la educación.
El ideal de la enseñanza
hostosiana es el ideal de la pura racionalidad llevado a cabo mediante métodos
rigurosamente científicos, demostrable en lo específico de los hechos como en
el amplio campo de experimentación de la naturaleza. Hostos antepone la ciencia
al arte pedagógico. Para enseñar apunta, hay que preestablecer los
conocimientos que han de comunicarse. Para él, un sistema de educción no es
otra cosa que la organización de los conocimientos que cada sociedad juzga
necesarios para lograr la finalidad de su existencia; de aquí su creencia para
una educación dominicana.
La educación para
Hostos no debe estar limitada a un solo de los sexos. Es partidario que a la
mujer se le dé también una amplia cultura, para que no sea mirada con
indiferencia por la sociedad, señalando que la razón no es masculina ni
femenina.
El pensamiento y la
actividad educativa de este gran maestro conlleva un método, con el mismo
persigue sustituir la rutina de la memorización por un sistema de enseñanza
científica. Puso en práctica el método intuitivo-inductivo-deductivo, que había
reemplazado el método deductivo predominante.
El método hostosiano
o natural consiste en pasar de lo que se ha percibido a la formación de idea
que ha correspondido a lo percibido.
Este pensador
puntualiza la función de la escuela y la del maestro, pariendo del criterio de
que la educación y la instrucción del pueblo son base de la sociedad, garantía
de las instituciones, asociaciones e individuos. Considera el magisterio como
la primera profesión de importancia trascendental, porque el maestro, como
cosecha de su consagración siente y contempla el benéfico placer de despertar
la inteligencia, que es el verdadero propósito de su misión. Para él, la
formación del maestro debe afincarse en la enseñanza de la moral y el civismo
por su finalidad regeneradora de la sociedad.
Al hablar del
individuo dentro del organismo social lo define como el elemento natural de la
organización; es como la célula social, de cuya vida personal depende la vida
del todo social.
Hostos descubrió que
la sociedad dominicana ignoraba sus problemas y que hundida en ciega anarquía,
nunca los afrontó resueltamente, porque nunca los sintió profundamente.
La moral social es
una ciencia, este criterio lo fundamenta diciendo que “Moral es orden fundada
en leyes invariables, que aunque integrantes del orden universal de la
naturaleza, afecta de una manera directa a nuestra actividad psíquica, y como
las ciencias sociales estudian el orden natural de las sociedades, el objeto de
la moral social es aplicar al bien de las sociedades todas aquellas leyes
naturales que han producido el orden moral”. Sostiene además Hostos, que el
deber de educación se da en la familia y por la familia; que el niño es objeto
moral de la escuela, por tanto debe preparar su conciencia para que sea
cimiento de verdad y columna de toda sociedad.
Cree que el
conocimiento del bien lleva a la práctica del bien, y que el conocimiento del
mar es error. Está dentro de la tradición de Sócrates, fuera de la corriente de
Kant, pero éste influye en su rigurosa devoción al deber.
La educación
hostosiana constituyó desde su aparición, una revolución ideológica y social de
la enseñanza, cada uno de sus postulados se contrapuso a los modos y manera que
imperaban en los salones escolares. Frente a la orientación religiosa que se
seguía, la nueva educación proclamaba el laicismo como una liberación del
individuo de las viejas ataduras mentales, y contraponía al dogmatismo
espiritual, el método científico, de manera que el aprendizaje memorístico fuera
sustituido por el ejercicio de la razón. La función asistemática de la
enseñanza fue sustituida por todo un sistema programado. Es en este contexto
que Hostos pronuncia su célebre frase “Civilización o muerte”.
La educación
hostosiana no solamente buscó el cambio del hombre, sino el de toda la
sociedad, no marginando a la mujer. Por primera vez se planteaba una educación
dominicana.
El nuevo sistema
educativo o el Normalismo se planteó
como proyecto de ley para el año 1879.
A la escuela normal
se le llamó escuela sin Dios, siendo
combatida por la ideología que era opuesta al materialismo que el normalismo
llevaba implícito el positivismo como el liberalismo.
El sistema hostosiano
que por otra parte aprovecho, el talento, la vocación y el patriotismo de
muchos jóvenes que se incorporaron al magisterio par el establecimiento de
escuelas en todo el territorio nacional. Con Hostos no sólo se planteó un
cambio cualitativo de la sociedad, sino también cuantitativo. Esto último se
explica a partir de la fundación del Instituto de señoritas por Salomé Ureña, y
explica también con la incorporación
como educadores de un sin número de ciudadanos que influyeron de manera directa
en la vida social, cultural y política de la vida republicana.-
Luis Alberto Díaz de la Cruz. Anahí
Batista Dotel.
María A. Féliz Medrano. Pedro
R. Méndez Sena.
Noé Sterling Terrero de la C.
Manuel González Féliz.
Paulina Féliz Féliz.